Yo me declaro poseedor de la tierra -y de los sueños-, de la que fluye tu nocturnidad impenitente; Me declaro hombre perdido entre las finas hebras de tu pelo negro, y en los rincones de tu sonrisa indolente; Yo me declaro insolvente de amores y carcelero de tu tiempo; Me declaro anacoreta perenne e inquisidor certero de tu piel morena y silente; Me declaro perseguidor compulsivo y conocedor exhaustivo de tus besos, que añoro con ansia, en el relicario de mi mente; Yo me declaro señor imperial de tus ojos y rey adjunto de tus senos; Y me declaro joven e impulsivo loco, y más viejo, cuando siento que estoy tan lejos de ti siempre. Me declaro ganador de las mil batallas que sufrimos, y trofeo de guerra rodado entre tus dedos; Yo me declaro perseverancia y olvido, y me declaro, por ti, memoria y simiente. Me declaro obrero leal de tu torso, bebedor empedernido de tu aliento y músico virtuoso de tu cintura hirviente; Bailador en el aire de tus pasos descalzos, equilibrista sonámbulo cuando te duermes y escultor de tu cuerpo si cuando es la noche, te declaro el amor y tu consientes. Yo, me declaro poeta roto y torturado, por ser culpable, tan solo, de quererte.
Musica: Mix "El secreto de las voces búlgaras" & "Maximus´ Death"
Sencillamente y desnuda, con los dedos marfileños tapando estrellas bajo el árbol estático del sueño. Tan fresca como la melodía sin acorde, tan negra como la noche sin cielo. Sencillamente y desnuda relatando la vida para sus adentros, adoptando las costumbres animales que le dictan azorados los vientos, armándola de valor y dudas. Con el invierno en contra y la sonrisa amagada en el gesto espera a las horas más felices; Y mientras, con la boca describe silencios pero son las manos…¡ay! las manos, las que remodelan universos. Aquí yace, entre la hierba, recostada desde siempre hace un momento. Meciendo la flor dormida en el regazo como infante perenne sin cuna, del que se olvidó el tiempo; Pasándole los años en carrera a su lado mientras ella permanece y permanece, sencillamente alma, y desnuda.
Música: La consagración de la primavera - Stravinsky -
Enclaustrado aquí entre estos cuatro muros,
mi espejo me observa y me declara…
¡Eres un hombre nuevo!
He decidido abrir de par en par
las puertas de mi casa,
para que no me impidan escapar.
Atravesaré la última barrera
que separa mi soledad del mundo.
Hoy necesito y debo
vagar el laberinto de las calles
oliendo a redención,
y malgastar el flujo de mis horas
en armonía con las cosas usuales.
Hoy necesito y quiero
beber en exceso elixir de sueños,
y despertar libando la resaca.
Cuando el tórrido sol, sin compasión
se arroje calcinando las siluetas,
permitiré a sus rayos abrasarme
hasta extinguir el resto de mis sombras.
Llegó como llegan las despedidas:
Sola y a destiempo.
Arremolinada en un ímpetu silencioso
mientras afuera el sol lucía un invierno,
sentada en el suelo, junto a la vieja silla
con su caja de colores acres, nebulosos,
alimonados y furtivos,
pinta lentamente venganzas y desvaríos,
se desmonta los sueños con rabia
dibujando auroras negras y pétalos en el cielo,
cisnes imposibles en lagos que no existen
y plasma pequeñas burbujas de besos
que le estallan
en el principio de una canción triste;
Un poema inacabado le roba una sonrisa,
amarga la pena en el destierro
y respira.
Palomas blancas le miran
desde el rincón último de sus versos
mientras imagina que inventa una primavera
de matices perfectos;
Lágrimas rojas le insisten que es mentira.
Guarda sus colores imaginarios
en fundas que no tiene,
se olvida del aire
y se abandona al sueño;
Se marchó como se marcha una tarde:
Sigilosa y sin tiempo,
con el latido marchito y la intención dormida
mientras afuera, ya nada importa.