Pasando pasa su séquito infinito
succionando el vigor, la agilidad, el nervio
la luz de las ciudades con sus dedos de mármol
entre las nubes.
Pasando pasa, con la mirada ilesa
como un puñal insaciable purgando soledades.
Todo se transforma bajo sus pies de bronce.
Adormilados el genio, la lira y el talento
sacrifican su pecho de paloma.
Pasando pasa con su traje de gritos
y una tormenta destilando azufre
empapela enfermedad, como bulas inexorables
en las paredes de nuestras casas vacías.
¿Quién puede decirle te aborrezco
porque me quitas la opción de la mañana?
¿Y quién, en su locura se atreve
a golpearle el rostro con la sangre de sus hijos?
Pasando pasa y yo, que he caminado tanto
gastándose mis pies sin alcanzarle
le advierto desde lejos y atrás, entre la bruma
que lo he entendido todo hace mucho
y no sirvió de nada.
Mujer, blancura de rostro,
piel en donde los ocres
otoñan tristezas,
sin mirada, mujer,
porque los ojos,
a veces traicionan
y hacen de agua
todas las penas;
sin labios
porque el beso
se te fue tan lejos
que la boca se ausenta.
Mujer que en tu curvatura
de reinos pasados
duerme la forma
de todos los tiempos,
albergas hoy en tus manos
y en tus caderas
siglos de movimientos,
pasos circulares,
y en un costado
casi como un reclamo
crece de tu grito
un hombre:
y lo adjuntas a tu carne,
mujer,
lo tomas y te vas
rumbo al agua frágil.